Imaginarios

Cuenta que “en la comida está parte del futuro de Gramalote”, sentencia con firmeza esta costeña de nacimiento, pero tan gramalotera como su esposo y cuatro hijas, que mutó del negocio de las misceláneas que tenía en su pueblo adoptivo a la gastronomía en la capital nortesantandereana, no solo con sus hijas encabezadas por las trillizas y el constante apoyo de su pareja, sino reforzada con tres empleadas originarias de gramalote.
Su resiliencia, que la hace parecer menor a sus 47 años, le permite atender de 15 a 20 almuerzos con sazón casero entre semana y 250 servicios los fines de semana, con las especialidades de asados, mute, pescado, sancocho de gallina, hayacas, tamales, chuleta, lengua en salsa, chuletas y costillas de cerdo, así como variedad de postres y cocteles.
Fiel a su sangre caribe, goza en familia y con toda la comunidad, las tradicionales festividades gramaloteras que arrancan invariablemente en navidad, sigue la afamada fiesta de los locos el 29 de diciembre, jolgorio que concluye el seis de reyes cada anualidad.

Con escasos 12 años, estudiante de bachillerato y amante de la informática, quiere aportarle al nuevo Gramalote “con educación y trabajo”; aunque no conoce la nueva urbe “se de las nuevas casas en Miraflores” y quiere prontamente estrenar vivienda.
Agricultor de 52 años, cual pilar de la familia y luchador bíblico, esgrime no la honda que derribó al gigante Goliat en el pasaje bíblico, sino el azadón para continuar el grato oficio de arar, cultivando verduras y frutas en la zona rural o sus manos para ordeñar y levantar ovejos, en la brega en pro del desarrollo de su Gramalote; productos que comercializa con la capital nortesantandereana, especialmente cuando se realizan bimensualmente los programas de “Mercado campesino” de la Gobernación de Norte de Santander.
Impulsa el nuevo Gramalote “diciéndole a la gente que no se oponga al nuevo pueblo, porque hay carreteras muy buenas, amplias, casas bien hechecitas”.

Nativa gramalotera de 26 años, pareja de Oscar Fabián, no conoce las obras del nuevo pueblo, pero tiene muchas referencias de las obras adelantadas porque su familia la mantiene al tanto de los avances, quienes le comentan que todo está muy avanzado y “ya casi se ve el sueño realizado…La idea del pueblo es que el progreso se vea a corto plazo”.
Uno de los cuatro hijos de don David, nativo gramalotero aunque registrado civilmente en el vecino Lourdes a sus 32 años, además de estudiar también cultiva las tierras gramaloteras e impulsa la comercialización de los fruto de la tierra, en la capital nortesantendereana.
En su joven memoria, tiene bien claro al aporte económico de Gramalote a la región, con producción de ganado vacuno y las labores en que colabora para extraer diariamente la leche y procesar quesos; también la producción de camuros (cruce de oveja con caprinos) para aprovechar la carne.

Muestra a través de su rostro resplandeciente, con el nuevo Gramalote que “el color de la melcocha ya cogió”, en el acostumbrado y coloquial lenguaje de los dichos que caracteriza a los nativos de Gramalote en Norte de Santander, aclarando “ahora hay terrenos, casas, casa de mercado, alcaldía, parque lleno de plantas; nos veremos felizmente desgastados de tanta gente por atender en el moderno pueblo”.
Nativa y con ancestros que se pierden en la memoria gramalotera, está expectante de regresar a su natal terruño, tras los cinco años del aciago momento cuando los terrenos cedieron y miles de habitantes del caso urbano debieron asentarse mayormente en Cúcuta y unos pocos en El Zulia, Cornejo, y San Cayetano. Activista, como también líder social en la reconstrucción de Gramalote, ha seguido paso a paso todo el proceso.
Mildred, madre de tres hijos, una de ellas en condición de discapacidad (con deseos de estudiar profesionalmente temas relativos a la salud) sueña con montar un restaurante que marque la pauta y sea referente del sabor en el nuevo Gramalote, para compartir el olor a la molienda de caña que perdura en su mente en sus 42 años de existencia.